¡Qué las bendiciones que Dios trae a nuestras vidas no nos hagan olvidarlo!

Es muy paradójico este título, lo sé. Pero razonen conmigo hermanos.

¿Cómo puede ser que todo aquello que el Señor, en su misericordia, nos concede para su mayor gloria y alabanza, resulte en un lazo usado por nuestro enemigo para perdernos y apartarnos de él?

Respuesta: ¡La dureza y rebeldía de nuestros corazones es enorme!

El mundo nos rodea y nos asedia con toda clase de tentaciones, lujurias, ambiciones. Nos empuja, nos absorbe, nos conduce a sumergirnos de lleno en él. Nuestra naturaleza carnal es mala y débil, y esto debería llevarnos a estar siempre velando por la seguridad de nuestras almas y a luchar por nuestra salvación, pero al contrario (sinceridad es lo primero que debe tener consigo mismo el cristiano), la prosperidad y  bonanza que Dios trae a nuestras vidas es usada por el enemigo de nuestras almas como un lazo, una red de cazador, para hacernos tropezar, para ahogarnos cada día más y más, hasta que comencemos “a vivir nuevamente” como aquellos que nunca conocieron al Señor…

Entonces un sentimiento de hastío comienza a invadirnos. El camino se nos hace cuesta arriba, y el estar tan enredados en las cosas del mundo nos quita la paz y la dicha que nos trajo en sus inicios la palabra y el Espíritu Santo de Cristo. 

Conocedores de la palabra de verdad, sabemos que muchas de nuestras acciones cotidianas son condenadas por esta misma palabra. Pero estamos tan envueltos, tan llenos de proyectos, de sueños, nos confundimos y creemos que las bendiciones que Dios nos dispensó nos llevarán a los pináculos más altos, a las cumbres de la “gloria”…

Más esta gloria que perseguimos es un espejismo, estamos confundidos, estamos siendo engañados por el enemigo, esto es “gloria mundana” hermanos. Y de esto no nos damos cuenta hasta que ya estamos muy adentrados en la maldad. Cuando nos detenemos por un momento y revisamos nuestros caminos, percibimos que nos hemos extraviado en muchas cosas.  Sin embargo, muchos cristianos, no sienten  la misma tristeza de la que habla el apóstol Pablo: “aquella tristeza que trae arrepentimiento para vida eterna”. No, no es precisamente este sentimiento el que los consume. Los llena una tristeza provocada por las dificultades y quehaceres de este mundo: “una tristeza que provoca muerte” (2 corintios 7; 8).

Somos nosotros los que permitimos que esto nos pase, por la dureza de nuestros corazones. Entonces, desesperados por seguir “escalando posiciones” en este mundo corrompido, usamos todo tipo de artimañas, sabiendo que estas mismas acciones nos condenan… Y se nos hace pesado el “dulce yugo de Cristo”. Y no queremos dar muerte, a través de la cruz de Cristo, a todas nuestras pasiones desordenadas.

Así resulta que una dádiva buena y misericordiosa de Dios termina muchas veces en un gran mal para nosotros, no porque la dádiva de Dios sea mala, sino porque solemos olvidar a Aquél que nos la concedió. Nos desviamos, no “permanecemos” en su palabra.

Creyéndonos dueños del mundo y de nuestro futuro, qué no está en nuestras manos (Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.  Jeremías 10; 23), comenzamos a seguir nuestro propio consejo, y nos sentimos infalibles en nuestros caminos.

La prosperidad “mal utilizada” y “mal vivida” nos conduce a la vanidad, y la vanidad a la frialdad espiritual; y nos vamos secando y marchitando poco a poco… Vamos apagando el fuego del espíritu. Nos entretenemos mucho con las disputas, las luchas de poder y glorias humanas… O sencillamente la comodidad se transforma en “pereza demoledora”, ya no creemos que podemos serle útiles al Señor, sólo tenemos que vivir para gozar de todas estas dádivas y bendiciones plácidamente… Se nos borran de la memoria los tiempos difíciles, aquellos mismos días de sufrimiento que nos llevaron a buscar y a suplicarle a Dios misericordia.

En un momento de nuestras vidas cuando Jesucristo, en su misericordia, decidió llamarnos, nos encontró perdidos, extraviados, desesperados, inmersos en el dolor, en la necesidad espiritual. Él nos libertó con su palabra. Llenó nuestras vidas de paz y esperanza y, como si fuera poco, nos concedió muchas bendiciones materiales. En nuestros inicios caminamos con él con alegría y gozo de corazón.  Muchos de nosotros hicimos realidad nuestros sueños cuando comenzamos a caminar con Dios.

¿Qué más necesitaría nuestra alma y espíritu para su paz y progreso que caminar fielmente con Cristo, obedeciendo su palabra y sometiéndose libremente a su dulce yugo?

Pero ¿qué es el yugo de Cristo?

El yugo de Cristo puede traducirse como la voluntariosa abnegación, mansedumbre, humildad, tolerancia, bondad y pureza de corazón, amor no fingido, fe y esperanza.

Y esto mismo resultaría en una gran liberación, destrucción de las cadenas de prisión de pecado y de muerte.

Pero, otra vez repito, solemos olvidarnos que “vivimos en el mundo”. Un terreno hostil para el cristiano, que será siempre hostil en todo momento. Y el maligno (como león rugiente), nos acecha, nos seduce, y casi imperceptiblemente, casi insensiblemente, comenzamos a descarriarnos. No nos vamos dando cuenta, nos vamos adormeciendo poco a poco; un pecado aquí, otro allá; se nos va endureciendo el corazón y se nos vuelve insensible la conciencia. De repente, caemos en cuenta de que estamos “eligiendo pecar”…

Cierto es que todos cometemos muchos errores y nos equivocamos en muchas cosas todos los días, como dice el apóstol Santiago: “Porque todos tropezamos muchas veces” (Santiago 3; 2).

Más no podemos “elegir pecar libremente”… Fuimos rescatados de esa vida, ¿cómo podemos seguir todavía en ella? (Romanos 6; 1 y 2)

Debemos entender que en el mundo tendremos que lidiar con muchas dificultades y tentaciones (la tecnología es usada por gente perversa para viralizar toda clase de maldad), con tretas y trampas del maligno y sus secuaces. Cuando nos volvemos al Señor, no somos “sacados del mundo”, tenemos que aprovechar el tiempo para servir mejor a Dios, más ahora debemos enfrentarnos a este mundo maligno y, más que nunca, somos el blanco de todos los ataques y persecuciones del maligno. Y él quiere hacernos tropezar, distraernos; su objetivo es apartarnos de Cristo, que lo olvidemos…

Lo que le sucede al pueblo cristiano es lo mismo que le sucedía al antiguo Israel.  Cuando tomaron posesión de la tierra prometida, tan pronto entraron en ella y las bendiciones de Dios los cercaron por todas partes, ellos olvidaron a su Dios. La prosperidad los encegueció, olvidaron a Jehová, y su ley se les hizo pesada y gravosa… Recayeron en todas sus idolatrías, pero con todo, aún se creían superiores y diferentes a los demás pueblos. Entonces Dios, que siempre es fiel, tomó cartas en el asunto: les envió guerra y hambre y muchas angustias.

Pero no los dejó sin su testimonio: envió también hombres elegidos por él. Les envió “Jueces” para que los libraran de sus desgracias, censuraran su conducta y los condujeran nuevamente a los senderos de verdad y justicia.

¿Por qué debe ser azotado el hombre para entender? ¿Por qué se comporta como un mulo? (Salmo 32; 9)

¡Es la rebeldía de nuestros corazones!

La única solución para no caer enredados en las trampas y espejismos de este mundo es “permanecer en la palabra” que recibimos de nuestro señor Jesucristo.

No podemos usar las bendiciones de Dios para intentar alcanzar glorias terrenales. Si buscamos el reconocimiento de los hombres y no la aprobación de Dios, estamos errando el camino. Es por esto que viene la ira de Dios (Colosenses 3; 5 y 6).

Ustedes deben conocer a muchos hermanos (inclusive tú mismo que lees este artículo), que actúan como si todo lo que tienen fuera algo conquistado por ellos mismos, por sus propios méritos y esfuerzos. La vida del cristiano en este mundo es dura, nadie dijo que sería fácil; sin embargo, el verdadero cristiano sabe que Dios lo guarda y su misma fe le produce humildad y agradecimiento a su Señor. Dios nos ayuda a tener todo lo que hoy tenemos, él nos sostiene, de él provienen todas las dádivas y bendiciones. No tenemos nada de que alabarnos.

El que tiene discernimiento espiritual usa todas las cosas buenas de este mundo para su propio crecimiento y para el  beneficio de sus hermanos de Fe. Más para alcanzar esto debemos caminar con Cristo y permanecer en su palabra. Él nos mostrará lo bueno y provechoso de todas las cosas y nos preservará de todo lo malo.

Estamos a tiempo de darnos cuenta, queridos hermanos, de que debemos volvernos a Dios con todo nuestro corazón.

Escribo estas líneas reconociéndome como un pecador que se ha comportado rebeldemente en muchas ocasiones. No quiero tentar a mi Dios y salvador Jesucristo. No puedo y no debo seguir la corriente de este mundo; no puedo seguir errando y ver hasta dónde puedo ir sin que Dios me castigue… ¡No podemos tentar al Señor!  Me confieso ante ustedes amantes de Jesucristo y que lo buscan y suplican su gracia y misericordia.

Qué el señor en su misericordia nos ayude y no nos desampare.

Yo sólo tengo paz cuando estoy haciendo algo provechoso para Dios. Lo que me confirma que este es el camino correcto.

La paz está sólo en Jesucristo; nadie puede comprar esta paz. El que sirve a Jesucristo con un corazón puro y amor no fingido sabe que nadie puede quitarle esta paz.

Quedan aún muchas batallas por luchar. Que Dios nos permita redimir el tiempo que hemos desperdiciado en tantas estupideces. Qué Dios nos guíe y nos conceda la gracia, el poder y el espíritu de discernimiento, para que podamos “permanecer” en su palabra: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

Por lo tanto hermanos no nos dejemos extraviar y perder por las glorias mundanas. Reconozcamos al Señor en todos nuestros caminos. No nos hagamos soberbios atribuyéndonos a nosotros mismo los beneficios que Cristo nos dispensó libremente por su amor inmerecido. Seamos mansos y humildes de corazón como manda nuestro salvador Jesucristo. Una vez más pido a mi Señor perdón por mis pecados y equivocaciones, y le ruego que todo aquello que él me dispensa bondadosamente no sea usado como un lazo por el enemigo de nuestras almas para perdición mía.

Necesitamos perspectiva, saber y ser conscientes de porque estamos luchando. Enfocar nuestras energías en el camino de la obediencia a la palabra de Dios y obrar en consecuencia (Filipenses 3; 14).

Agradezco a Dios todo lo que tengo y todo lo que él me ofrece libremente día a día.

Qué Dios y nuestro señor Jesucristo los bendigan. Amén

 

Fernando Acuña.

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2 Responses to ¡Qué las bendiciones que Dios trae a nuestras vidas no nos hagan olvidarlo!

  1. Avatar de MARCELO MARCELO dice:

    HOLA, DE DONDE ERES?

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