¡Cuántas cosas son las que a diario se abalanzan sobre nuestros corazones e intentan ocupar el lugar que solo a Dios pertenece!
Los cristianos no llegamos a entender lo expuestos que estamos a las influencias de este mundo maligno y corrupto, no entendemos lo ‘engañoso’ que es nuestro propio corazón, y esto es porque tenemos una ‘buena opinión’ de nosotros mismos.
Pensamos que ya estamos completos, que ya somos muy puros, que ya somos perfectos, que el pecado ya no nos puede dominar ni ejercer su maligna influencia sobre nosotros…
¡Qué equivocados que estamos!
“Por lo tanto, el que piense que está firme, tenga cuidado de no caer” (1 Corintios 10:12).
Hermanos: ¡Somos demasiado débiles!
Si estamos en pie y luchando de manera ‘exitosa’ y ‘efectiva’ en contra del pecado, es sólo porque Dios nos sostiene y fortalece a diario. ¡Toda la gloria sea para Cristo!
Esta debería ser la actitud de nuestro corazón y entendimiento. Pero, infelizmente, la jactancia hace nido en nuestra mente y llena lentamente nuestros corazones de vanidad y falso ego…
Hermanos, cuando vivimos en Cristo y Cristo vive en nosotros, todo nuestro ser interior se va llenando lentamente de toda la plenitud de Dios.
Pero si decimos que vivimos en Cristo, y afirmamos que Cristo vive en nosotros y, sin embargo, nos gloriamos y aplaudimos a nosotros, en vez de dar gloria a Dios, nuestro ser interior solo puede llenarse de nosotros mismos, o sea ¡de pecado!
¿Qué hay en nosotros fuera de Jesucristo? ¡Pecado!
¡Todo lo que es ‘nuestro’, si está fuera de Cristo, sólo es pecado!
¡Todas nuestras ‘buenas obras’, si no están en Cristo, son trapos de inmundicias!
Hermanos, no tenemos con qué presentarnos delante de Dios, ni tenemos lugar con Él, fuera de Jesucristo. ¡Dios Padre nos acepta porque Jesucristo cumplió cabalmente su santa Justicia y satisfizo eficazmente sus demandas de Justicia! ¡Él pagó con su vida el precio de nuestras rebeliones!
Nada de lo que ‘podemos hacer’ puede siquiera ser mencionado delante del Señor, sin constituirse en una blasfemia.
La vanagloria y la arrogancia han arrojado de los cielos, a los abismos más profundos, a millares de Ángeles…
Ustedes deben guardar sus corazones, no solo de las tentaciones y lujurias de este mundo, sino de su ‘propia levadura’.
Ustedes no deben tener una buena opinión de ustedes mismos, que sean Dios y su Iglesia, sus hermanos de fe en Cristo, los que puedan decir que ustedes son verdaderos hijos de Dios aprobados, sin hipocresía.
Ustedes deben ser humildes y pensar con discreción acerca de ustedes mismos.
Nunca estamos tan expuestos a tropezar que cuando tenemos una buena opinión de nosotros mismos.
“Yo me miro a mí mismo y sé que no me alcanza, siento que nada nunca será lo bastante, y entonces más me aferro a Jesucristo, más me encomiendo a su amor incondicional e inmerecido”. ¡Nada soy! ¡Yo no tengo con qué presentarme delante del Señor! ¡Cristo sabe que no miento!
Hermanos, debemos conducirnos con sabiduría y humildad, y debemos pedirle a Dios en el nombre de Jesucristo, que quite de nuestros corazones cualquier cosa que hoy esté ocupando su lugar.
No debemos olvidar que el pecado fácilmente nos enreda, y que pecar es lo que de manera más natural hacemos… Estamos bajo asedio permanente, pues nuestro enemigo no descansa y anda como león rugiente, buscando a quién devorar… ¡Pero Dios puede guardarnos!
Dios tiene el Poder para guardarnos de todo mal y los que conocemos a Dios luchamos diariamente en contra del pecado y del mundo.
Que cada uno se ponga a prueba a sí mismo y mire con cuidado sus caminos. Si está en Cristo y en los caminos de Cristo, o si por el contrario, está en sí mismo, atontado y siguiendo, no a Cristo, sino a sus propios pecados.
Nosotros no debemos llenarnos de nosotros mismos. Es todo lo contrario: debemos vaciarnos a nosotros mismos para ser llenos del Espíritu de Dios.
Cristo debe ser el centro de nuestros corazones y entendimiento.
¡Todo lo que ocupe su lugar debe ser desterrado!
Nosotros No podemos hacer solos esta obra. Por eso es necesario que entreguemos nuestras vidas a Jesucristo y confiemos cada día más en Él.
Qué ningún pecado, ningún ídolo mundano, ninguna inmundicia de la carne, ninguna pasión desordenada, ninguna codicia por las cosas de este mundo, ¡Nada! ¡Absolutamente nada debe ocupar el lugar de Cristo en nuestros corazones! Amén.
Fernando Acuña.