Me dije en mi angustia: “Dios mío, cámbiame, muda mi corazón, porque hastiado de mí mismo estoy”…
Y mientras nuestras mentes busquen en qué ampararse; y mientras nuestros pensamientos busquen excusarnos y justificarnos de nuestro mal carácter; y mientras en nuestros corazones no clame el Espíritu Santo y destape nuestros oídos, no oiremos; y mientras Dios no nos muestre nuestras faltas, no las veremos…
Porque somos malos hermanos, y nuestro corazón se endurece rápidamente, y fácilmente nos perdonamos a nosotros mismos. Y en el tribunal de nuestro falso corazón carnal solemos salir triunfadores de toda causa…
Más nuestros pensamientos más secretos y las intenciones más profundas de nuestros corazones no están ocultas a los ojos de Aquél que todo lo ve: ¡Jesucristo el Gran Juez!
¡Oh Dios mío, guíame Señor! ¡Se tú el Juez de mi corazón! Y cuando encuentre condenación por mis hechos y mis dichos, cuando tu Santo Espíritu me reprenda y me haga ver mi culpabilidad, obtenga yo de Ti, mi bien amado Señor, el poder para someterme completamente a tus dictámenes, porque aún esto necesito yo de Ti, la fuerza para rendir mi corazón a tus mandamientos…
El que no se conoce a sí mismo no encuentra jamás el menor defecto en su manera de obrar… ¡Todo le parece bien! ¡Se siente libre de error y es dueño de la razón!
No hablo como si me conociera a mí mismo, pues me sobran días de perplejidad… ¡Lo que aborrezco eso hago!
Hay días en que sólo puedo decir: “Hastiado estoy de mí, oh Dios mío, ten piedad de mí”.
Y cuanto más me observo a mí mismo, más encuentro razones para buscar a Dios con todo mi corazón, por si acaso tenga misericordia y se apiade de mí.
Amén.
“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo”. Ezequiel 36:26
Fernando Acuña.