«¡Creo, ven en auxilio de mi poca fe!»

Hermanos: ¡Qué hermosa es la palabra de Dios! ¡Cuánto consejo y sabiduría encontramos en ella!
Ruego mucho a Dios Padre, en el nombre de Jesucristo nuestro Señor, que cada día pueda aprender más de su palabra, y también pido por su iglesia, por ustedes, que están esparcidos por el mundo, y que hoy, buscando consuelo y conocimiento, se aproximan a leer estas breves líneas. “Para que sean llenos de todo conocimiento y del amor de Cristo que supera todo entendimiento”. (Efesios 3:19)
Cada día abro la palabra de Dios y me deparo con historias y momentos maravillosos acerca de la obra de Jesucristo y el ministerio que realizó, mientras predicaba por todo Israel.

¡Cuánta misericordia y compasión tuvo Nuestro Señor Jesús de su pueblo!

Las personas se agolpaban por las estrechas callejuelas, con la sola esperanza de tocar una prenda del Señor Jesús, para ser sanadas de sus dolencias, enfermedades…
Historias conmovedoras por decenas: madres y padres que recibían a sus hijos sanos y liberados de espíritus inmundos; ciegos que recuperaban la vista con solo una palabra del señor; niños, jóvenes, hombres y siervos que volvían a la vida luego de haber muerto físicamente; miles alimentados milagrosamente; miles, también, recibían ‘conocimiento verdadero’ y eran iluminados y transformados por la luz del salvador del mundo.

Podría seguir contando detalles pero me faltaría espacio, y no es la intención de este breve escrito. Mi intención es siempre dirigirlos a la palabra de Dios para que, personalmente, vean ustedes mismos todas las obras y enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
Hermanos, en esta ocasión especial, quiero detenerme brevemente en el evangelio de Marcos capítulo 9:24.

Aquí encontramos una de las sanaciones más maravillosas y conmovedoras de Jesucristo.

Es maravillosa por las circunstancias que la rodean y porque el mismo evangelista nos relata que: ‘los discípulos no lograron expulsar’ el demonio de un muchacho. El Maestro tuvo que encargarse de ello…

Y también es maravillosa, porque nos deja una enseñanza espiritual muy grande para nosotros, extraída de la petición del Padre del joven endemoniado.

Dependiendo de la traducción del nuevo testamento que posean, encontraran diferentes palabras de la frase expresada por el desconsolado padre del joven.

El título de estas breves líneas utiliza la traducción de la biblia Reina Valera de 1977 y, en ella, la petición del Padre del muchacho a Jesucristo es: “¡Creo, ven en auxilio de mi poca fe!”. (Marcos 9:24).
Tal vez la traducción más común, en la mayoría de las Biblias sea: “¡Creo, Ayúdame en mi incredulidad!”. (Reina Valera 1960) 
Si bien ambas expresan lo mismo, pero con diferentes palabras, me parece que la traducción revisada de Reina Valera 1977 es la que se acerca más a nuestros corazones.
El pedido desesperado del padre del joven endemoniado, que sufría al ver a su hijo ser atormentado por este terrible género de maldad (tanto que las palabras de Jesucristo a discípulos fueron: ‘este género no puede salir con nada sino con oración y ayuno’) es desgarrador: 

“Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos…”

Entonces Jesucristo le dice: “Si puedes creer, todo es posible para el que cree”. Y el  padre sufriente ‘grita’: “¡Creo, ven en auxilio de mi poca fe!”
Es maravillosa esta historia, no sólo porque Jesucristo sanó al muchacho, sino porque nos demuestra que no todos tenemos el mismo ‘nivel de fe’. Por algo el Apóstol Pablo nos dice: “reciban al que es débil en la fe”. (Romanos 14:1)

Los Apóstoles también pidieron a Jesucristo: “Auméntanos la Fe”. (Lucas 17:5-6)

En el diario caminar con Cristo debemos aprender a confiar más en Él. La entrega de nuestra vida a Jesús debe ser diaria. ¡Todo es un proceso!

Cuanto más aprendamos sobre Jesucristo: quién es Él, su ministerio, su sacrificio, su propósito, su llamado, más entregaremos nuestra vida en sus manos.

Hermanos, es como la parábola de la semilla de mostaza: “El Señor siembra su palabra en nosotros, esta fructifica y, con su ayuda y cuidado, comienza a crecer. Y pasa de ser la semilla ‘más pequeña’ de todas, a ser el árbol más frondoso de todos”. 

Pero para que esto se cumpla y alcancemos la plenitud de Cristo, debemos caminar con el Señor todos los días. Venciéndonos día a día. Tomando nuestra cruz y siguiendo a nuestro Padre espiritual.
La enseñanza  que nos deja esta historia es que ‘nadie puede juzgar’ el ‘tamaño de nuestra fe’. El Señor lo sabe todo. Él sabe cuánto avanzaremos en sus enseñanzas y sabe también cómo ‘aumentar nuestra fe’.

Jesucristo no despreció a este padre cuando le imploró que sanara a su hijo ‘a pesar’ de su ‘poca fe’… ¡Lo hizo! Porque el Señor conoce los corazones de los hombres y sólo Él puede juzgar las intenciones y los pensamientos más ocultos de los hombres.
Hermanos: ¡No se den por vencidos nunca! Sigan avanzando en el camino del Señor. Sigan creciendo día a día, más y más, un paso a cada día.

No estén recriminándose por qué a veces sienten que no tienen la fe necesaria para llevar a delante tal cosa…

Recuerden que la fe verdadera no debe basarse en sentimientos. Los sentimientos son estados de ánimo y éstos son muy cambiantes. No estamos con el mismo ánimo todos los días. Nuestra fe debe estar cimentada en Jesucristo, así como nuestros ojos deben estar puestos en Él.

El diario caminar con Cristo, así como nuestra comunión diaria con Él, es lo que aumentará nuestra ‘poca fe’.

Porque sinceridad es decirlo: “Todos nos parecemos mucho a este padre”.

Deberíamos decirle a Cristo diariamente: ¡Señor, ven en auxilio de nuestra poca fe!  

Hermanos pídanles a Dios y a Jesucristo que los fortalezcan y, por sobre todo, obedezcan sus mandamientos. ¡Este es el camino seguro! ¡Obedecer a Jesucristo! ¡Guardar sus mandamientos prueba que lo amamos y somos sus discípulos!
Hermanos oren por mí, así como yo pido por ustedes, en el Poderoso nombre de Jesús. Que la paz de Jesucristo este con ustedes. Amén.
Fernando Acuña.

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