Necesitados del amor de Jesucristo: “un amor que libera, perdona, tolera, soporta, consuela, brinda alegría e irradia esperanza”.

Queridos hermanos, parece mentira que luego de dos mil años de predicación del mensaje evangélico, estemos volviendo a reiterar los ‘fundamentos’ de la doctrina de Cristo:
¡El amor incondicional!
El mensaje que me propongo hoy es muy breve, pero poderoso.
Espero yo mismo obtener de la poderosa mano de Dios, y de su Santo espíritu, la fuerza y el poder para que esta palabra no sea solo un adorno, sino que ella, mediante el poder de Cristo, traiga a nuestras vidas una profunda reflexión que cambie para siempre nuestro modo de pensar y sentir. En definitiva, que el amor de Dios nos transforme en nuevos seres humanos. En hombres y mujeres renacidos del Dios verdadero.
Desde mi punto de vista (hasta este momento) hemos recibido el mensaje de Cristo como un mensaje unificador, esperanzador, de paz y amor para todos los hombres. Eso está bien.
Muchos ministros de Dios han predicado su mensaje con mucho fervor y pasión y nada puede reprochárseles. Ellos han visto y gustado el cambio que el amor de Dios, recibido sin hipocresía, puede producir en los corazones de los hombres.
Se han esforzado por transmitirnos este mensaje tal cual se lo dictaba su corazón.
Sin embargo, creo que nosotros, el pueblo de Dios, hemos sido tercos y duros de corazón en captar, entender, digerir, este mensaje de paz y amor de Jesús.
Hermanos: ¡La salvación es algo personal!
No basta con asistir a cultos, reuniones, sermones, prédicas enardecidas…
Necesitamos sentarnos un momento a reflexionar en soledad. Si es que verdaderamente puede sentirse solo aquél que se recluye un instante sobre sí mismo a pensar sobre la palabra de Dios y el ministerio de Cristo.
Es de lo que más estamos necesitados los cristianos.
Sentarnos con la palabra de Dios en las manos y reflexionar sobre ella:
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche”.
Este es el premio que David dice, espera al varón temeroso de Dios que reflexiona y medita en su corazón su palabra:
“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará”.
Tal vez muchos lean este salmo y esperen de Dios recompensas materiales… Más yo no pongo ningún énfasis en eso.
Para mí la reflexión sobre la palabra de Dios es lo único que verdaderamente puede convertirnos de corazón, en amigos de Dios.
Fuimos declarados amigos de Dios por la obra de Cristo, más contribuimos diariamente a esta amistad con nuestro Padre celestial, a través de una meditación sincera en su palabra y en su ministerio.
¿Cuántos de nosotros no nos hemos encontrado a nosotros mismos mascullando rencor, y a veces odio, en contra de otros hermanos?
¡Porque fácil es ver la paja en el ojo ajeno pero no en el nuestro!
Pero Dios conoce nuestros corazones. ¡Nada podemos ocultarle!
Tenemos una lucha diaria en contra de muchas tentaciones, y continuamente somos puestos a prueba por nuestros propios deseos pecaminosos… ¿Acaso mentiremos?
¡Sabemos que esto es cierto! Somos tentados por la envidia, la avaricia, la soberbia… y de aquí nacen el rencor, las enemistades, los odios profundos… ¿No ven ustedes mismos como muchos de los que frecuentan su misma comunidad están llenos de estos males?
Cuántos pensamientos malos albergamos diariamente en nuestras mentes: corrupciones varias, lujurias, deseos de grandeza, ‘supuestos merecimientos…’
Cada vez que me encuentro con estos males, que veo en mí mismo (sabe Dios que no miento), me siento a pensar que gran parte de esto (por no decir todo), es ‘mi propia responsabilidad’ por no meditar de manera perseverante en la palabra de Cristo.
Sin dudas que ahí está la cura para todas nuestras enfermedades: en la palabra de Dios.
Una reflexión sincera, que llegue al fondo de nuestro corazón, que realmente nos toque las entrañas.
Esto es lo que nos hace falta hermanos: ¡Alimentarnos del amor de Cristo!
Hacer del amor de Jesús el aire que respiramos. Movernos y actuar cada día sobre el cimiento firme de la obra de Jesucristo.
¡Entender!
Nos hace falta entender, salir un poco del mundo de las sensaciones, entrar de lleno en el universo del cambio de nuestra mente.
Y esto sólo se logra pensando, como dice David: Meditando en la ley Dios.
Así entendemos, así nos damos cuenta, y el amor de Cristo reflejado en su obra, en sus enseñanzas, en su ministerio, en su pasión y muerte, se hace efectivo en nuestra vida, produciendo el cambio tan ansiado que esperamos.
Ese cambio por el que suspiran nuestras almas cargadas con el peso insoportable del “No Entender” el sentido del mensaje de Cristo.
El mensaje de Cristo es amor: amor que libera, perdona, consuela, sustenta, etc.
Pero esa palabrita mágica debe dejar de ser un adorno del lenguaje cristiano que repetimos invariablemente desde hace veinte siglos. Debe hacerse efectiva, debe transformar nuestras vidas.
¡Dios es amor! Dice el Apóstol.
Es este amor de Dios el que debe llenarnos y absorbernos completamente, para que, llenos de él, seamos verdaderamente libres de todo aquello que nos ata y nos quita el dulce consuelo de nuestro Señor Jesucristo.
Hermanos: no tengo dudas de que la cura y la transformación del alma humana están sólo en aceptar y vivir el amor y las enseñanzas de Jesucristo.
Pero no olvidemos, debemos vivir, pensar, reflexionar, meditar, y no solo sentir ese amor.
Reflexionar sobre el amor incondicional de Cristo verdaderamente cambiará nuestras vidas.
Les dejo un saludo fraternal en Cristo Jesús. Dios los bendiga siempre. Amén
Fernando Acuña.

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