¡El peor de males que pude padecer un cristiano es apartarse de Dios!

“En todo este tiempo que llevo de vida en Cristo he aprendido, mejor dicho, me he dado cuenta, y no sin profundo dolor y arrepentimiento, de que alejarse del Señor es morir cada día. Es matar al espíritu de hambre y de sed…
No en vano los Apóstoles y los más eminentes escritores cristianos de todas las épocas, nos advierten de los peligros de dejarse llevar por lo que el mundo nos ofrece…
El mundo, con sus arsenales de tentaciones, nos seduce, nos atrae sobremanera…
El creer que estamos firmes e inconmovibles en Cristo y dejar de velar y amenizar la lucha diaria, en contra de nuestro viejo hombre, es el peor y más terrible error que comentemos. ¡Viejo hombre que permanece vivo en mí mientras yo mismo permanezca vivo en esta tierra y en este cuerpo de muerte!
¡Cuánto anhelaron el cielo los más santos hombres que amaban al Señor Jesús con todas sus fuerzas! ¡Y ahora yo mismo solo llego a vislumbrar el por qué!
Si dejándome arrastrar por mis deseos malvados, me aparto de Dios, el Señor me dejará en la terquedad de mi corazón, hasta que él mismo, vuelva a compadecerse de mí y diga: ¡Basta!
Si permitimos que nuestro viejo hombre nos sujete nuevamente con sus cadenas, el corazón se endurece y la conciencia se apaga…
Y por eso pecamos tan vergonzosamente luego de haber probado la dulzura del amor de Cristo, el consuelo de su palabra, la esperanza de su mensaje de buenas nuevas, que nos hace vivir nuestras vidas con un verdadero sentido. ¡Oh cuán bajo podemos caer!
Y, para caer, solo basta con dejar de velar, con dejar de alimentarnos con la palabra de vida del Señor, con dejar de lado la oración, el pedir perdón diariamente por los pecados cometidos…
Y es que cuando nos sentimos fuertes y las dificultades a nuestro alrededor disminuyen y los tiempos buenos llegan, fácilmente nos entretenemos y deslumbramos con la gran vitrina del mundo.
Creemos que todo lo que ganemos y a todo lo que podamos sacar provecho, es una ‘bendición del Señor’, y así, vamos dejando de lado la lucha y el enemigo comienza a reponerse de sus derrotas y, casi imperceptiblemente, nos arroja un lazo, de manera tímida, pero eficaz, y caemos en él… Y luego otro, y otro…
Y llega el momento en que caemos en cuenta de que hemos vuelto a los primero días cuando creímos en Cristo, y nos deparamos con llevamos en nuestro interior un feroz enemigo.
En aquellos días logramos identificarlo y nos decidimos de corazón luchar en su contra, y con todas nuestras fuerzas, y clamamos a Dios, así como Pablo, que nos ayudara a combatir a aquél que nos aguijoneaba con todo tipo de tentaciones y dificultades…
Y por ‘un tiempo’ lo vencimos… Y llegamos a creer que ‘estaba muerto’ aquél que nos maltrataba…
¡Más nos engañamos a nosotros mismos!
¿Por qué volvemos a caer, o mejor, recaer, en aquella infructuosa manera de vivir?
¡Porque nos apartamos del Señor!
Esto es así porque el cristiano, en esta vida, debe permanecer humilde y en constante abnegación, preparado siempre para la batalla.
En esta vida estamos siempre estamos aprendiendo, siempre en formación, siempre experimentando cosas nuevas.
Si permanecemos cerca de Cristo, todas nuestras experiencias nos conducirán, día a día, a una unión más pura y verdadera con nuestro Dios. Por otro lado, el maravillarnos con el mundo, es darle oportunidad de recuperación a nuestro feroz enemigo, es tendernos una trampa a nosotros mismos, en la que tarde o temprano hemos de caer…
Hermanos, cuanto dolor yo me hubiera evitado, y también a Cristo, a quién confieso he herido profundamente, con mi mala conducta…
No tengo palabras para describir la rebeldía de mi corazón y la soberbia que llevo dentro!
¡Profundo es el corazón del hombre! ¡Sólo Dios puede llegar a discernir lo que el esconde!
“No importan los años de ‘vida en Cristo’, los años que llevemos ‘encerrados en Templos’, sea donde sea, y en la circunstancia que sea, pobreza o riqueza, si nos aparatamos del Señor, es seguro que pronto caeremos…”
Tal vez dejemos de lado la oración, la confesión diaria de pecados, la lectura de la biblia, y pasemos algún tiempo sin notar faltas graves de conducta en nosotros mismos…
Es momento ya de preocuparnos: hemos empezado a endurecernos, nuestro viejo hombre ha resucitado de las cenizas y nos ha engañado… nos ha dicho: ‘no es necesario orar, ni confesarte ante Dios todos los días’…
Y aquí comenzamos a vivir en la carne y para la carne nuevamente, y con renovadas energías.
Ningún hijo de Dios puede dejar de lado la oración, la súplica diaria de perdón, ni la alabanza de su Santo Nombre
¡Todos pecamos todos los días!
Si no soy capaz de ver ni sentir mi pecado, ¡estoy siendo engañado por el pecado que mora en mí!
El mayor de los males es ‘apartarse de Dios’, dejar de alimentarnos con su palabra, dejar de beber en la ‘fuente de agua viva’ que nos brinda su Espíritu santo.
¡Hoy lo veo claramente porque lo he vivido!
Hermanos, no cometan el error de apartarse del Señor.
Evítense el dolor y la angustia que se siente; tener el corazón cargado y destrozado por las faltas y pecados cometidos…
De todos los males que afectan a los cristianos en este valle de lágrimas, ninguno es más funesto y tenebroso que el ‘apartarse de Dios’ y seguir en pos de nuestros pensamientos corrompidos.
Todo lo que viene de nosotros mismos no es más que corrupción, engaño e ilusión… Terminamos siempre con las manos vacías y el corazón partido, pues de algo estoy seguro también, que nosotros le pertenecemos a Dios.
Él nos recompró con la preciosa sangre de su Hijo amado, y Él, con seguridad, nos sacará de nuestro lamentable estado, más no saldremos del mismo sin lesiones…
Seamos sabios de una vez por todas y comprendamos que alejarnos del Señor, para disfrutar de la vanidad que nos ofrece este mundo cruel y corrupto, no es más que un espejismo que sólo nos acarrea confusión y vergüenza ante nuestro Dios y Padre, el Señor Jesucristo.
Que Dios nos bendiga y nos proteja. Que Dios, que purifica nuestro corazón y abre nuestra mente, nos ayude a discernir con claridad, todas las consecuencias de nuestros errores, antes de que procedamos a cometerlos. Amén
Un abrazo fraternal en Cristo de un hermano de Fe.
Fernando Acuña.

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